Desde 2013, Kigali tiene lo que sus gobernantes llaman un Master Plan,
 una guía para conseguir una ambiciosa lista de aspiraciones en 2020: 
una red de transporte sostenible, viviendas asequibles, grandes 
infraestructuras, carreteras, saneamiento mejorado... con la “excelencia
 urbanística” como bandera y la atracción de inversores como objetivo 
último. Pero fue mucho antes, en 1994, cuando la ciudad comenzó su 
reconstrucción física y humana, después del genocidio
 en el que más de un millón de personas fueron asesinadas a machetazos 
por sus vecinos en todo el país —unas 250.000 en Kigali— y cualquier 
atisbo de población quedó reducido a escombros en solo 100 días. Hay un 
antes y un después. Desde entonces, se mira al futuro sin olvidar el 
pasado. El memorial dedicado a las víctimas, los programas de 
sensibilización sobre derechos humanos y el férreo (y criticado por organizaciones
 defensoras de los derechos humanos) control de actitudes sospechosas de
 incitar al odio son buena prueba de que el país no quiere repetir su 
historia.