El 26 de abril de 1986 el mundo desconocía que estaba ocurriendo el
accidente nuclear más grave nunca conocido. El mundo se estremecería
días después, cuando empezaron a conocerse mediciones anormalmente altas
de contaminación radiactiva en lugares tan alejados de Chernobyl como
Suecia. El secretísimo soviético retrasó la noticia hasta que ya era
imposible contenerla: una explosión en el reactor número 4 de la central
nuclear de Chernobyl estaba liberando radiactividad en cantidades
cientos de veces superior a la explosión de una bomba nuclear. Se rompía
así definitivamente el mito de que la energía nuclear era limpia y
segura.
Las cifras oficiales sólo reconocen 31 víctima se mortales, pero la
realidad es otra. Tras el accidente miles de personas (hasta un total
estimado de 600.000) trabajaron durante algunos minutos para apagar el
fuego o cubrir el sarcófago de la central. Se llamaron los
“liquidadores”. Miles de ellos han muerto de cáncer o de enfermedades
relacionadas por la exposición a la radiactividad, pero nunca han sido
contabilizadas ni reconocidas como víctimas. El “olvido” de los
liquidadores y su total abandono es una de las mayores injusticias de
la historia reciente.