lunes, 12 de febrero de 2018

Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia

«En este Día Internacional, insto a que se asuma el compromiso de poner fin a los prejuicios, a que se invierta más en educación en CTIM para todas las mujeres y las niñas y a que se les ofrezcan oportunidades de mejorar sus perspectivas de carrera y su desarrollo profesional a más largo plazo, para que todas las personas puedan beneficiarse de sus innovadoras contribuciones en el futuro».

La ciencia busca la verdad y trata de derribar los prejuicios, incluidos los que perviven en el seno de su actividad. Una conocida experiencia realizada por la Universidad de Yale en 2012, el experimento John-Jennifer, mostró que el mismo currículo firmado por un hombre (John) parecía a los seleccionadores -tanto catedráticos como catedráticas- más empleable, más competente y recibía mejor evaluación que uno idéntico perteneciente a una mujer (Jennifer).

Es una forma de discriminación tan real como quizá inconsciente. Y no hay que ser experto en datos para entender que si la elite científica contrata a menos mujeres, estas tienen menos probabilidades de trabajar en laboratorios de prestigio y su carrera deviene estadísticamente peor.

Peor y mucho más aburrida. Porque una colegial a la que le gustan y se le dan bien las matemáticas, la estadística y los números en general podría quedarse en el futuro sin vivir la inolvidable experiencia de poner el pie en la Antártida para aportar herramientas de registro de datos en un proyecto de investigación biológica que estudia cómo los microorganismos aprenden a colonizar nuevos espacios empujados por el deshielo.

"¡Y aprender lo que cuesta un dato y lo importante que es cada dato que se obtiene en un continente donde no se puede estar más que unas cuantas semanas al año!", explica la estadística Ana Justel antes de emprender la próxima semana su séptima expedición a la Antártida, en concreto a la península de Byers.

El sesgo del efecto John-Jennifer (los sesgos son uno de los enemigos de cualquier investigador), junto a otros, están en parte detrás de lo que más poéticamente se ha llamado el techo de cristal. En España, las investigadoras representan el 39% del total de científicas, pero solo hay tres rectoras en las universidades. La llegada de la química Rosa Menéndez como nueva directora del CSIC, la primera en la historia de este organismo, es una pica puesta no en Flandes, sino percutiendo contra este techo invisible que no deja a las mujeres progresar en su carrera profesional.

O no tan invisible. Está bien identificado que una de las principales causas que lastran la progresión laboral de las mujeres es la maternidad. Cuando las mujeres tienen hijos repercute en su carrera profesional como no lo hace en el caso de los hombres, por una pura inercia social. En las parejas de investigadores, normalmente si hay dos becas postdoctorales que conllevan un traslado al extranjero, se acaba eligiendo el destino de él porque las expectativas de ingresos son superiores. El sesgo no solo existe, sino que se retroalimenta.

Por no hablar de la incertidumbre laboral que viven las familias formadas por científicos y que en plenitud de sus carreras encadenan contratos tipo beca, otra cara de la precariedad de la ciencia en nuestro país, y sin atributos de género.

La importancia y la responsabilidad de los maestros

Detrás de la biografía de muchas vocaciones científicas está un hecho primordial, un detalle quizá pequeño que, de repente, de forma consciente o no, orienta el sentido de la vida de una niña. Por ejemplo, un libro que te regaló tu madrina con la vida de la primera mujer astronauta, Valentina Tereshkova, que literalmente te abrió los ojos al universo y te llevó a soñar con explorar el espacio, a leer a Carl Sagan, a conocer a Hipatia y a estudiar ciencias físicas.

O las clases "fantásticas" de una profesora de Biología que "inspiró" tu interés por la vida a nivel celular y estimuló una "obsesión" personal por tratar de curar enfermedades, recuerda la neurocientífica Marta Cortés Canteli. Esta sería quien años más tarde atrajo al cardiólogo Valentín Fuster, director general del Centro Nacional de Investigaciones Cardiológicas (CNIC), a buscarla a Estados Unidos para investigar la conexión entre el cerebro y el corazón en el tratamiento del alzhéimer -resulta que la fluidez de la circulación en la vasculatura cerebral tiene un papel fundamental en el desarrollo de esta enfermedad que, por cierto, afecta más a las mujeres que a los hombres-.

Otras veces, por qué no, todo viene por tomar un rumbo a contracorriente de lo esperado: un tío químico cuyo trabajo te fascinaba más que el de tus padres historiadores y refuta la teoría del palo y la astilla; o una lamentable profesora de Física que te removió por dentro la necesidad de aprender por tu cuenta para enmendar tal calamidad.

El futuro de una niña puede cambiar dentro de las paredes de un aula, y nuestros enemigos los sesgos comienzan en el colegio. Un reciente estudio de las universidades de Nueva York, Illinois y Princeton mostraba que a la corta edad de seis años las niñas se vuelven menos propensas a asociar la brillantez con su propio sexo y tienden a rehuir las actividades catalogadas para niños “muy inteligentes”. De ahí la responsabilidad que tienen los docentes para excluir de sus clases los estereotipos de género y abrir la puerta a referentes femeninos que hagan la ciencia atractiva para niñas y jóvenes.

RTVE: JA Carpio