lunes, 19 de febrero de 2018

Coincidencias

Chopin, igual que Marie Curie, fue un polaco que emigró a Francia para conseguir lo que no podía conseguir en su país, aunque por razones bien distintas. Si bien la radiante química buscaba una salida a su genio que por ser mujer no podría encontrar en otro lugar, el joven compositor pretendía tender puentes, lazos y todo tipo de relaciones. En el siglo XIX París era un hervidero de arte, música, cultura y, por supuesto, ciencia. En 1832 Chopin dio su primer concierto en la ciudad, en el mismo año que un maduro químico de la región de Bretania descubría una molécula que prácticamente toda la población ha consumido como medicamento alguna vez en su vida. No sabemos si Pierre Jean Robiquet (1780-1840) fue alguna vez a un concierto de Chopin, pero uno de sus descubrimientos y «La escalera» tienen algo en común, aunque solo sea de forma poética.

Los padres de Robiquet fueron detenidos en los tumultos de la Francia revolucionaria por sus simpatías con los girondinos, así que se vio obligado a buscarse la vida de algún modo. Con quince primaveras comenzó a trabajar de ayudante de farmacéutico. Este periodo lo acercó a la química y a la ciencia en general. Avatares del destino, el encarcelamiento de una pareja sería el detonante de un futuro científico que escribiría una página en la historia de la ciencia. Afortunadamente fueron liberados y el padre lo envió a París a perfeccionar sus estudios en Farmacia. Obviamente, como era común en la época, siguió trabajando como ayudante para poder costearse tanto los estudios como la manutención. Su primer puesto de interés, y con menos de veinte años, fue con el químico francés Louis Nicolas Vauquelin (1763-1829), quien tiene dos casillas en la tabla periódica: cromo (1797) y berilio (1798). A partir de ahí, los diversos puestos de profesor en la enseñanza universitaria le permitiría investigar y descubrir importantes sustancias químicas.

En 1805 descubrió —junto a Vaquelin— el primer aminoácido de la historia, la asparagina, aislada directamente del espárrago. El olor característico de la orina tras tomar espárragos proviene de los productos metabólicos de la asparagina. Al año siguiente publicaron el artículo «Descubrimiento de un nuevo principio vegetal en el jugo de espárragos», donde explicaban su hallazgo. Cada vez que tome unos espárragos revueltos con setas recuerde que ese bocado singular abrió una nueva era en la era de la química y la biología. A partir de ahí se sucedieron los descubrimientos de aminoácidos hasta un total de veinte. Uno de ellos fue el ácido aspártico, que fue aislado en 1827 por Auguste-Arthur Plisson y Étienne Ossian Henry, precisamente a partir de la hidrólisis de la asparagina. Plisson fue una de las miles de personas que murieron en la epidemia de cólera que arrasó París en 1832.

Precisamente en 1832 Robiquet —que se mantuvo al margen de la epidemia— realizaba uno de los hallazgos más importantes de su vida y, tal vez, para el ámbito farmacológico. Robiquet descubrió la codeína, un derivado del opio que es ampliamente utilizado por una buena parte de la población mundial. Publicó el artículo «Nuevas observaciones sobre los principales productos del opio», donde ya de algún modo advertía sobre el uso responsable de la sustancia. La etimología de codeína nos dice que viene del vocablo κώδεια, que significa cabeza de adormidera (opio). La codeína es uno de los antitusígenos más extendidos, suele presentarse en los jarabes para la tos o en comprimidos. Entre otras indicaciones también actúa como analgésico, razón por la cual se han puesto de moda los comprimidos de ibuprofeno con codeína. Lo curioso es que el metabolismo de la codeína produce morfina, por lo que en realidad se trata de un profármaco. Y aquí está el lado oscuro de esta sustancia que tanto nos gusta en momentos de tos desesperante: entre los efectos adversos que produce puede derivar en una adicción. Por eso la codeína se encuentra en pequeñas dosis dentro de los medicamentos habituales.

Eugenio Manuel Fernández