De acuerdo con el último informe del Índice Global de la Esclavitud (2016), casi 49 millones de hombres, mujeres y niños viven en situación de esclavitud. Corea del Norte, Uzbekistán, Camboya, India, China, Pakistán, Rusia, Nigeria, República Democrática del Congo, Tailandia y Blangladesh encabezan una vergonzosa lista que se extiende por el resto de África, Latinoamérica, Oriente Medio… Y Europa. Porque la trata de personas no tiene fronteras ni respeta leyes. Y, aunque parezca una lacra lejana, la esclavitud no sólo afecta a territorios subdesarrollados o en desarrollo. Los países supuestamente democráticos también tienen (tenemos) mucho de lo que avergonzarse.
La trata de personas es un fenómeno mundial provocado por la demanda y potenciado tanto por la violencia de género, el desempleo, la pobreza y la discriminación, como por la escasa acción de algunos poderes públicos. Por lo tanto, para un correcto tratamiento de la problemática es necesario vincular la trata con la clase social, las relaciones de género y los factores culturales predominantes en las sociedades actuales, informa UNICEF.
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