Economía. Una ciencia social que, al menos en teoría, despliega un catálogo diverso de mecanismos para gestionar los recursos del planeta y subvenir a las necesidades de sus habitantes. Pero, del mismo modo que el uso del lenguaje pocas veces es neutral, los diversos modelos organizativos y redistributivos de las riquezas que se han propuesto a lo largo de la historia acostumbran a ocultar que cada modelo no es ajeno a la ideología que lo sustenta. Maneras de entender el mundo, que acompañan el abanico de decisiones personales y colectivas. Lo que para unos son dogmas amparados por la libertad del individuo –sea para acumular riquezas o para seguir determinadas pautas de consumo–, para otros representan desigualdades, elevados costes de naturaleza diversa, amén de otras amenazas para las generaciones futuras.
El vocabulario de la economía se ha universalizado. Hablar de economía o apelar a ella ha dejado de ser una especialidad reservada a los templos del saber o a los sacerdotes del mercado. Necesidad o coartada, los avances tecnológicos y la comunicación global han contribuido a que la economía determine nuestra conducta diaria. Cada enfoque despliega sus propios argumentos, de persuasión o coacción, sin desvelar, a menudo, los resortes ocultos ni otros efectos secundarios.
La casa encendida