Vírgenes de mármol, silenciosos dioses de mirada pétrea, majestuosas catedrales, sugestivas fuentes... El cambio climático no sólo afecta a millones de personas, ecosistemas y especies animales y vegetales, como desde hace años advierten miles de científicos de todo el mundo hace años apostillando que si no se hace nada al respecto sus efectos en el futuro serán devastadores. Hay otra categoría, habitualmente olvidada, que también está sufriendo en sus bellísimas y frías carnes los estragos del calentamiento global. Hablamos de estatuas, de edificios históricos, de bustos, de columnatas... De miles y miles de obras de arte y del patrimonio cultural que se encuentran bajo amenaza.
Ahí está por ejemplo la lluvia ácida. Las emisiones de CO2 están generando cambios en la constitución química de la atmósfera que provocan que el agua que sueltan las nubes esté cada vez más cargada de ácido carbónico. Y esa lluvia, que en ocasiones puede ser tan ácida como el vinagre, aunque no afecta directamente a las personas tiene sin embargo un efecto corrosivo sobre algunos de los materiales que dan vida a esculturas, iglesias, fuentes o palacios. Es como si se comiera la piedra, como si la devorara a mordiscos.
"La lluvia ácida afecta sobre todo al mármol y otras piedras calcáreas, a las que va poco a poco destruyendo, disolviendo. Ya estamos viendo estatuas enormemente dañadas a causa de esta lluvia. A no ser que se haga algo, en 20 años muchos edificios, esculturas y fuentes que adornan nuestras plazas podrían quedar enormemente deterioradas. La única solución para protegerlas sería cubrirlas", asegura Elisabetta Erba, investigadora y profesora del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Estudios de Milán. Eso o atajar el problema de raíz y reducir de manera radical las emisiones de CO2 provocadas por el consumo de combustibles fósiles.