La Unión Europea tiene la oportunidad de acabar con los ‘minerales de sangre’
El parlamento Europeo legisla contra los llamdos
'minerales de conflicto' y obliga a las empresas europeas a asegurarse
de que las materias primas que importan no provegan de zonas en
conflicto
Publico
Los metales presentes en nuestros aparatos electrónicos han financiado una violencia indescriptible en la República Democrática del Congo.
El primer niño soldado sale de la espesura de la selva con un fusil
de asalto AK-47 en una mano y un manojo de brotes frescos de marihuana
en la otra. El chiquillo, de 14 o 15 años, exhibe una gran sonrisa
dentona y traviesa, como si acabase de robar algo –cosa muy probable–, y
lleva puesta una peluca femenina con trenzas postizas. En unos segundos
emergen otros diez o doce chavales armados hasta los dientes y
ataviados con raídas prendas de camuflaje y camisetas mugrientas,
bloqueándonos el paso en la pista de tierra roja que tenemos delante.
Estamos
en la carretera que lleva a Bavi, una mina de oro bajo control rebelde
situada en la salvaje franja oriental de la República Democrática del
Congo (RDC). La RDC es el país más extenso del África subsahariana y, en
teoría, uno de los más ricos, una cornucopia de la abundancia llena de
diamantes, oro, cobalto, cobre, estaño, tantalio y muchos otros
minerales: recursos naturales por valor de billones y billones de
euros. Pero por culpa de una guerra interminable, es una de las
naciones más pobres y traumatizadas del mundo. Resulta inexplicable,
hasta que comprendes que las minas controladas por grupos armados en el
este del país se dedican a abastecer a las empresas de electrónica y
joyería más importantes del mundo y, a la vez, a alimentar el caos. Sí,
es posible que su ordenador portátil –o la cámara, o la consola, o la
cadena de oro– lleve en su interior una pizca de dolor congoleño.
La
mina de Bavi es el ejemplo perfecto. La controla un barrigudo señor de
la guerra llamado Cobra Matata, aunque quizás hablar de «control» sea
exagerado. Aquí no hay frentes nítidos que marquen dónde se extingue
definitivamente el poder del Gobierno y comienza el territorio de Cobra.
Lo que hay son grados indefinidos y confusos de influencia, a menudo
muy marginal, con unos cuantos leales al Gobierno congoleño tumbados a
la sombra de un mango; unos tres kilómetros más adelante, un grupito de
niños soldado de Cobra fumando hierba, y nada en medio de unos y otros,
tan solo la jungla de color esmeralda, deshabitada, inmensa.
National geographic
Canción original de Asa