El techo de cristal, también llamado suelo pegajoso, es un conjunto de barreras sociales y culturales entre las que se pueden distinguir varios factores recurrentes. Uno de ellos es la concepción masculina del éxito, probablemente promovida por la falta de referentes femeninos en los altos cargos académicos, en la empresa privada y en instituciones públicas.La discriminación por maternidad es otro importante hándicap para las madres que intentan alcanzar una carrera profesional exitosa. No solo porque inherentemente al hecho de tener un hijo se disponga de menos tiempo para dedicar al trabajo, sino porque en muchas ocasiones las madres sufren situaciones de discriminación laboral -más o menos directa-que pueden incluso llegar a suponer el desempleo de ésta. Curiosa y desafortunadamente, el momento en el que las científicas deben demostrar su independencia investigadora y se espera de ellas una mayor productividad para afianzar su carrera y estabilizarse laboralmente coincide con el de ser madres. Así es que, con frecuencia, en la década de los 30 a los 40 años se encuentra un desbalance entre los currículos de mujeres que han decidido ser madres y de las que no. Otra piedra en el camino hacia el éxito femenino es la conciliación de la vida familiar y laboral. Con frecuencia, las tareas del hogar y el cuidado de la familia compiten por el tiempo que las mujeres dedican a destacar en sus empleos, de forma queciertas actividades que podrían suponer un plus para sus carreras, como hacer horas extra o asistir a congresos que exigen viajar, se convierten en un lujo que simplemente muchas mujeres no se pueden permitir. El resultado es que las mujeres quedan relegadas a un lugar social distinto al del hombre en el que se abusa de su tiempo. Sufren una sobrecarga de trabajo doméstico, multiplicada en caso de ser madres, por lo que tienen menos disponibilidad de tiempo, menos apoyo social y sus proyectos menos credibilidad, con lo que ellas mismas no se embarcan en grandes proyectos laborales porque piensan que no van a estar a la altura. Ante tal panorama, las mujeres se ven obligadas a elegir entre el ámbito profesional y el personal.
Este techo de cristal va acentuándose cuanto más alto se está en la carrera investigadora, que al mismo tiempo es cuando mayores responsabilidades domésticas y familiares recaen sobre las mujeres. De acuerdo con el informe del programa Forwomen in science (L’Oreal-UNESCO, 2018), el porcentaje de mujeres que estudian un bachillerato de ciencias es del 49%, indicando que hasta esta etapa formativa las oportunidades y la vocación pueden ser similares para mujeres y hombres. Este porcentaje cae hasta un 32% a la hora de obtener un grado de estudios en ciencia y a un 25% si nos fijamos en las mujeres que obtienen un doctorado científico. Si bien hasta este punto de la carrera investigadora queda claro que las mujeres sufren algún tipo de freno, esto se agrava en los sucesivos escalones. Solo un 11% de los investigadores que ocupan altos cargos académicos son mujeres y, aunque aquí habría que tener en cuenta también el factor histórico, un ínfimo 3% de los premios Nobel han sido concedidos a mujeres.
Aquí debemos recordar a las grandes olvidadas, que a veces fueron deliberadamente apartadas en favor de otros investigadores. Lise Meitner, Rosalind Franklin, Esther Lederberg o Jocelyn Bell son algunos de los casos más controvertidos. Todas tuvieron un papel más que importante en descubrimientos que llevaron a otros investigadores – hombres – a recibir un premio Nobel. Aunque cada caso merece un análisis riguroso, todas ellas desarrollaron su investigación en entornos en los que ser mujer suponía un freno a la actividad investigadora. Y es que, durante siglos, innumerables mentes brillantes de mujeres fueron silenciadas por su género. Resulta imprescindible visibilizar el papel de las mujeres en la ciencia a lo largo de la historia. En primer lugar, por justicia hacia ellas. Y en segundo, si no más importante, para abrir el camino a las mujeres de generaciones presentes y futuras, para las que tenemos que crear un ambiente académico sano, justo y equilibrado, en el que las oportunidades no se vean sesgadas por el género.
Lourdes Morillas